Maricela López Bautita tenía en su contra las peores condiciones: ser mujer, indígena, monolingüe hablante tsotsil, analfabeta; y el vivír en una comunidad rural de difícil acceso, donde el maltrato y golpes a las mujeres son socialmente aceptables. Además, en su región hay un alto consumo de droga entre la población, una práctica cotidiana que compartía su esposo.
¿Cuál es la diferencia entre ella y otras mujeres que han muerto en manos de sus esposos o compañeros? ¿Qué la hace diferente al resto de las mujeres de su comunidad, un pueblo indígena del municipio Rincón Chamula en Chiapas? ¿Qué la llevó a defenderse cuando su esposo tomó el machete e intentó matarla, junto a sus hijos? Eso es algo difícil de identificar, pero sin duda, “su caso es un ejemplo de que las mujeres tienen derecho a defender su vida si están en una situación límite”, explica Marcela Fernández Camacho, integrante de la Colectiva Cereza, que acompaña a mujeres en situación de cárcel.
Un niño revolotea alrededor de Maricela, le toma la mano, la abraza, se recarga en ella, se aleja unos cuantos pasos y luego vuelve. Tenía solo seis meses de gestación -ahora tiene 3 años- el día que Juan, su padre, intentó matar a su mamá, a sus hermanos y a él en el vientre.
“El 20 de (de 2019) llegó bolo (borracho) y bien drogado. Quería comer, pero no había comida. Qué te voy a dar si tu ya no compras comida, le dije. Para qué quiero mujer así, te voy a matar, me contestó él, y cerró la puerta. Yo estaba con mis hijos, él empezó a afilar su machete. Primero vas a morir tu y luego voy a matar a los niños, me decía.
“Él me echó el machete y yo me defendí con un leño. Yo no quiero morir, mis hijos iban a sufrir, y yo estaba embarazada de seis meses. Por eso me defendí. Yo no pensé matarlo, pero me defendí”.
Después de golpearlo en la cabeza, corrió a casa de su madre ubicada a unos 100 metros de distancia, como solía hacerlo para escapar de él, cada que le pegaba a ella y a sus hijos. Esperaba que Juan llegara hasta ahí a patear la puerta y amenazar a toda su familia, situación que ya se había vuelto costumbre.
Pero en vez de Juan llegaron habitantes de la comunidad y un grupo de policías municipales. A Maricela la sacaron de su casa entre empujones y golpes. Ahí fue cuando se enteró que él había muerto por el golpe del leño que ella le asestó al defenderse y evitar que la asesinara.
En ese entonces ella tenía 26 años, hablaba sólo tsotsil, era analfabeta. Fue llevada al penal de San Cristóbal de Las Casas, luego ante una jueza. No tiene claro lo que sucedió en la primera parte del proceso penal en su contra, porque únicamente tuvo acceso a un traductor y defensor de oficio, que llevaron su caso como un mero trámite, y no presentaron pruebas a su favor.