A Enrique Camarena Salazar, llamado “El Kiki”, primero lo “ablandaron” a golpes, luego lo amarraron de pies y manos por la espalda, unidas ambas ataduras; le brincaron encima corpulentos golpeadores, lo quemaron con cigarrillos, le rompieron los huesos y los dientes, y le metieron un palo de escoba en el recto.
Camarena era agente encubierto de la agencia antidrogas de los Estados Unidos (Drug Enforcement Agency, DEA), tenía 37 años de edad, y vivía con su esposa e hijos en la capital tapatía bajo la fachada de agricultor.
Desde los 18 años quería ingresar al FBI (Buró Federal de Investigaciones, por sus siglas en inglés). Se había infiltrado en el Cártel de Guadalajara, la organización delictiva que lideraban Ernesto Fonseca Carrillo alias “Don Neto”, Miguel Ángel Félix Gallardo, Manuel Salcido Uzeta, conocido como “El Cochiloco”, y Juan José Esparragoza Moreno, llamado “El Azul”.
Aquel 7 de febrero de 1985 lo secuestraron en una operación dirigida por Sergio Espino Verdín, comandante de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS) de la Secretaría de Gobernación, quien trabajaba con su equipo para el Cártel de Guadalajara. Lo subieron a un Valiant azul, y comenzaron a golpearlo.
Bajaron a Camarena en una casa de la calle Lope de Vega de la colonia Jardines del Bosque, en Guadalajara, propiedad de Rubén Zuno Arce, cuñado del expresidente Luis Echeverría. Le vendaron los ojos. Salió a recibirlo Rafael Caro Quintero con una patada que lo derribó: “¡Así te quería tener, hijo de tu chingada madre!”.
Lo metieron en una de las habitaciones, lo ataron con las cuerdas de un cortinero, y comenzó la tortura. Se trataba de un interrogatorio en toda regla de los muchachos de la DIPS, que dirigió el propio Espino Verdín y un cubano llamado Ismael Félix Rodríguez, agente de la CIA.
El mismo secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz (ahora titular de la CFE), habría estado presente.
Pues nada menos, el entonces precandidato presidencial, que habitualmente departía con los líderes del cártel, habría recibido de la organización delictiva, para su campaña política, 4 mil millones de dólares en cajas de huevo Bachoco cargadas en un trailer.
Y es que Bartlett habría participado en una conspiración con la organización criminal y personal de la central de inteligencia de los Estados Unidos (Central Intelligence Agency, CIA) para “levantar” a Camarena y sacarle cuanto supiera de las operaciones de ese organismo en un rancho de Veracruz, donde los narcodólares financiaban entrenamiento de la Contra nicaragüense al mando del mismísimo Oliver North.
Al menos esa fue la información que recabó la misma DEA a partir de una investigación confidencial denominada “Operación Leyenda”, destinada a esclarecer el homicidio y a cazar a todos los implicados para que recibieran castigo.
Una operación cuyos detalles han llegado a la prensa, documentales, libros como el de J. Jesús Esquivel, “La CIA, Camarena y Caro Quintero” (Grijalbo, 2014), e incluso series como la producida por Netflix, “El último narco” (2016).
Héctor Berrellez, director de dicha operación entre 1987 y 1995, documentó la participación del entonces titular de Gobernación en la tortura del Kiki: “Bartlett Díaz estuvo presente, le escupió la cara a Kiki Camarena y lo golpeó también”.