En la voz de Yamilleth no hay rastro de duda. Una vez más, Nuestra Señora de Guadalupe la salvó.
“Ayer que salimos de ver a la Virgen yo andaba con mi teléfono y no sé cómo lo perdí… Marcamos al número mío y gracias a Dios una señora contestó. Todos me decían ‘no lo vas a recuperar’ y yo dije ‘virgencita, no puedo regresar sin mi celular’. Como a la hora, la señora me lo llevó. Te digo: es el milagro que la Virgen me hizo”, contó a The Associated Press.
Éste no es el primero ni el más importante de los favores que Yamilleth Fuente dice haber recibido de su Virgen, sino un recordatorio de que siempre la cubre su manto protector. Por eso, como millones de devotos, esta salvadoreña de 49 años viajó miles de kilómetros para visitar la Basílica de Guadalupe, que resguarda la aparición mariana más importante de México.
En 2014, cuando Yamilleth enfermó de cáncer, también se encomendó a su Virgen y ahora asegura que le debe cada aliento. Cuenta que es devota desde hace décadas y su familia comparte su fe.
“Toda la vida he querido a la virgencita y antes hasta soñaba con ella”, aseguró. “Mi hija se llama Alejandra Guadalupe porque es un milagro de la Virgen”.
Aparición de la Virgen a Juan Diego
El primer creyente se llamó Juan Diego.
Una madrugada de 1531, este indígena caminaba cerca del cerro del Tepeyac cuando el canto de unos pájaros atrajo su atención. Decidió parar y tras un instante de silencio la escuchó.
“Mi Juanito, mi Juan Dieguito”.
Habían pasado diez años desde la conquista española, por lo que México era un territorio de indígenas que habían renunciado a sus creencias para abrazar otra fe.
Juan Diego subió al cerro y en lo alto vio una doncella de pie. De acuerdo con el Nican Mopohua —un documento del siglo XVI que según la Iglesia Católica narra esta aparición—, ella llevaba un vestido que resplandecía como el sol y las rocas bajo su pisada parecían jades.
Era la Virgen María, la Madre de Dios, y habló en náhuatl. Usó el lenguaje de Juan Diego para demostrarle cuánto lo amaba y le hizo una petición: construir una “casita sagrada” para poner a Dios de manifiesto y ofrecerlo a la gente.
“A Él, que es mi mirada compasiva; a Él, que es mi auxilio; a Él, que es mi salvación”.