La década de los 70 fue la era de la música disco y las primeras mordidas a las hamburguesas, pero cuando el baile de moda bajó su intensidad en los 80, los sabores de la comida ‘gringa’ resonaron con fuerza por el país, primero con establecimientos como Burger Boy y Tomboy, que tuvieron un efímero auge.
Los nostálgicos que saborearon esa probadita a la ‘hamburguesomanía’ hoy recuerdan con precisión esos bocadillos de antaño.
Todo explotó tras la llegada de Burger Boy, considerada la primera cadena hamburguesas en México, después de ella abrieron otros tantos establecimientos como Tomboy y así la torta mexicana comenzó a encontrar una nueva competidora que se haría masiva.
No es que las hamburguesas apenas estuvieran llegando a México en esos días, en realidad las primeras arribaron al país a inicios del siglo XX, alrededor de los años 30, pero se vendían en restaurantes de lujo como el sándwich estadounidense de novedad o simplemente como un platillo de carne al estilo de Hamburgo.
Ya en los años 50 comenzaron a proliferar en las calles como un bocadillo veloz en puestos y varios establecimientos, pero la moda llegó con Burger Boy, fundada por dos empresarios puertorriqueños y uno cubano, posteriormente, en 1974, la marca fue comprada por el regiomontano Roberto González, de Grupo Industrial Maseca.
Tomboy: la novedad de la comida en el automóvil
Con el concepto del fast food de Estados Unidos, en Burger Boy apostaron por ganarse los estómagos infantiles: en su época dorada comenzaron a vender ‘unifantes’, ‘brontodobles’, ‘dinotriples’ y ‘locopopotes’.
Antes de su gran éxito nació Tomboy. Era 1973 cuando sus hamburguesas, papas fritas y malteadas comenzaron a ganarse a los chilangos en establecimientos de moda como el que se encontraba en avenida Insurgentes Sur entre Magnolias y Millet, frente a Parque Hundido, por ese entonces abrieron otra sucursal en Acapulco, Guerrero.
Tomboy se caracterizaba por su servicio para comer en automóvil, de hecho sus estacionamientos eran espaciosos, también en mesas exteriores con sombrillas.
Al interior había mesas divididas por muros rústicos que daban privacidad en reuniones, así como grandes macetones.