Lo que escuchas, lo que ves, lo que sufres, lo que vives. De manera pausada, pero efectiva, Amazon ha ido adentrándose cada vez más en el hogar y la cotidianidad de millones de personas alrededor del mundo.
La compra de iRobot, el nombre detrás de las populares aspiradoras inteligentes Roomba, es solo el último movimiento. Uno más por el cual la gran tecnológica de Seattle no solo añade una empresa más a su porfolio de inversiones, sino que trae consigo otras muchas ramificaciones implícitas.
Si nunca nos hemos preguntado cuánto sabe Amazon de nosotros –o cuánto podría saber, si se lo propusiera–, igual las cuentas nos traen alguna sorpresa.
En los últimos años, la firma de Jeff Bezos ha ido encaminando varias de sus acciones hacia una expansión de aquello que atañe a la vida de sus clientes. Hace tiempo que esta dejó de ser un mero marketplace, un intermediario que solo gestiona las transacciones, para poseer también parte de lo que vende.
El ejemplo más claro es su línea de altavoces inteligentes Echo. Algunos con cámara integrada, otros solo equipados con micrófono, han convertido a su asistente virtual Alexa en una más de la familia en muchos hogares. Y con ello también han surgido infinidad de dudas acerca de la privacidad y el uso de los datos que colecta desde el núcleo del hogar.