Rusia cumplió tres meses de guerra en Ucrania sin poder clamar la deseada victoria en el campo de batalla y tampoco sin un claro plan de retirada, ya que las negociaciones con Kiev están congeladas.
“No perseguimos ningún plazo. Todos los objetivos fijados por el presidente, Vladímir Putin, se cumplirán. No puede ser de otra manera porque la verdad, incluida la verdad histórica, está de nuestra parte”, aseguró Nikolái Pátrushev, secretario del Consejo de Seguridad rusa.
Después de un primer mes de ofensiva relámpago, desde entonces la “operación militar especial” rusa en Ucrania se ha caracterizado más por los repliegues rusos del norte de Kiev y las afueras de Járkov que por victorias de renombre.
Adiós a la victoria relámpago
Después de 90 días de combates, Putin no puede presentar a la opinión pública rusa más trofeos que el control sobre Mariúpol, símbolo de la resistencia ucraniana, y la única capital de provincia, Jersón.
Como ocurriera en la Primera Guerra de Chechenia, que se prolongó por espacio de más de un año y medio (1994-96), los rusos han pecado de exceso de confianza en sus capacidades y han cometido claros errores de cálculo.
No contaban ni con la capacidad de combate de los militares ucranianos, entrenados durante ocho años por instructores occidentales, ni con la actitud de la población civil, que no dudó en apoyar a su presidente, Volodímir Zelenski.
Éste no solo ha logrado desde el principio crear un frente común con Occidente, sino que también ha llevado la iniciativa en la guerra propagandística.
Las tropas rusas se han hecho con el control de casi toda la región de Lugansk, pero no han logrado doblegar la resistencia ucraniana en Donetsk, donde se encuentran las unidades más experimentadas de Kiev desde el estallido de la sublevación prorrusa en 2014.
La estrategia de las últimas semanas en el Donbás se reduce a la táctica de tierra quemada. La artillería y aviación rusa martillean diariamente sin remisión los principales bastiones ucranianos, desde Severodonetsk y Lysychansk, en Lugansk, a Sloviansk y Kramatorsk en Donetsk.
Las fuerzas rusas también están fortificando la frontera de los territorios conquistados en las regiones meridionales de Jersón y Zaporiyia para prevenir una contraofensiva ucraniana.
Partido de la guerra
La campaña militar logró irritar tanto al partido de la guerra, esencialmente las fuerzas de seguridad, como a los partidarios de la paz, empresarios y parte del funcionariado.
Los halcones están descontentos con el lento avance del Ejército ruso.
Creen que la campaña de “desmilitarización” y “desnazificación” ha bajado el ritmo, e insisten en tomar la capital, Kiev.
Putin apostó por ralentizar la ofensiva aduciendo la necesidad de “minimizar” las bajas. Y es que, según la Inteligencia británica, el Ejército ruso habría sufrido en Ucrania tantas bajas como durante toda la Guerra de Afganistán (1979-89), cuando los soviéticos perdieron 15.000 soldados.
También consideran los partidarios de la guerra que ha llegado la hora de movilizar a los reservistas, ya que la movilización general es rechazada por el Kremlin, consciente de que es muy mal vista por los rusos.
Sin plan de retirada
Los partidarios de la paz no sólo critican al Kremlin por la falta de previsión a la hora de valorar el impacto económico de la contienda y de las sanciones occidentales, sino también por la ausencia de una plan de retirada.
Moscú culpa a Kiev de renunciar a las negociaciones de paz. Pero la realidad es que las cosas cambiaron mucho desde que ambos bandos lograran un acercamiento a finales de marzo en Estambul.
Entonces, Crimea y el Donbás estaban fuera de la agenda. El problema es que desde entonces los rusos han tomado también parte de otras dos regiones: Jersón y Zaporiyia. Las condiciones sobre el terreno han cambiado.
También acusan a Putin de no prever la posibilidad de que los países occidentales se decidan a renunciar a las importaciones de petróleo y gas.
Además, el coste económico se va acumulando como una bola de nieve. La contracción económica será en 2022 la mayor desde que Putin llegara al poder (2000), hay problemas en la cadena de suministro y la inflación ronda el 18%.
El plan de salida se complica aún más con las aspiraciones de Finlandia y Suecia de ingresar en la OTAN.
Grietas en el pensamiento único
La máquina de propaganda estatal, aparentemente monolítica, también sufre sus primeras grietas.
En víspera de los tres meses de conflicto, el primer alto funcionario ruso renunció y condenó públicamente lo que llamó “no sólo crimen contra el pueblo ucraniano, sino también el ruso”.
Se trata del consejero de la misión rusa ante la ONU en Ginebra, Boris Bondarev, quien no dudó en arremeter contra el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, por convertirse en portavoz del partido de la guerra y en amenazar al mundo con el uso de armas nucleares.
“En 20 años de carrera diplomática he visto diferentes etapas de la política exterior, pero nunca había estado tan avergonzado de mi país como desde el 24 de febrero”, dijo en las redes sociales.
Pocos días antes el legendario roquero Yuri Shevchuk, líder del grupo DDT, denunció durante un concierto que “mueren ancianos, mujeres y niños en aras de ciertos planes napoleónicos de nuestro César de turno”.
“La patria, amigos, no es un culo del presidente que hay que acariciar y besar todo el tiempo. La patria es la abuela que vive en la miseria y vende patatas en la estación de trenes. Esa la patria”, añadió, comentarios por los que será juzgado en un tribunal de San Petersburgo.